La tarde caía sobre aquel
bello jardín, la niña con su cesta iba cortando las hermosas flores que un día
su padre había plantado con todo cariño.
Después de tantos años,
el lugar lucia con todo el esplendor, aquella pequeña había crecido al mismo
compas casi que todos aquellos árboles, arbustos y rosales, por eso le gustaba
tanto y se sentía también en el.
Ahora al cabo de los años
todo había cambiado, todo menos su jardín, ella se había encargado de que nada
se hubiera estropeado, lo cuidaban, lo mimaban en honor de aquel hombre que
tanto la quería, su padre.
Paseando por los
magníficos pasillos, entre rosales, iba recordando cada pasaje al lado de él, ella
una niña con trenzas le gustaba esconderse tras los pequeños árboles, era
divertido, María en su inocencia pensaba que aquel tronco la tapaba y no la
veían, su padre la engañaba haciéndole pensar que así era.
Empezaba a oscurecer y el
tiempo había refrescado, un escalofrío hizo que volviera a la realidad, necesitaba
entrar en la casa y poner aquellas flores en agua para que siguieran “viviendo”
un poco tiempo más.
Su madre la esperaba en
la puerta del porche, entraron y pusieron unas pocas en cada jarrón que
adornaban los rincones de la casa; lo miro y sonriendo le dijo a su madre
-¿queda bonito, qué piensas que diría él?
La madre sonrió
dulcemente.
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