De pie miraba a
través de los cristales, de vez en cuando, con su pequeño dedo, daba un
toquecito en el cristal y movía la cabeza de un lado para otro:
estaba viendo
volar un grupo de golondrinas y, ella las saludaba agitando su mano.
De pronto dio
la vuelta, salió de la habitación para ir en dirección al porche y mirar al
techo. Aún no habían llegado las suyas.
María tenía
seis años, hija única, muy dicharachera, y alegre. Rubita con el pelo largo, le
gustaba que se lo recogieran en una cola de caballo: mientras andaba movía la
cabeza para que al mismo tiempo el aire jugara con los mechones: y se pasearan
acariciando su cara.
Le gustaba
hablar con esas aves vestidas de frac, ¡se lo había dicho su padre! Hola, que
bien, nos anunciáis el buen tiempo, la calor, ¡pronto nos llevaran a la playa!,
va diciendo ella sola, en voz alta, casi cantando.
De pronto como
si hubiese recordado… sale corriendo de nuevo, está vez en dirección a la
cocina: su madre se da cuenta y va tras ella intrigada, la niña sale hasta el porche
de nuevo y mira otra vez el techo.
La madre al ver
correr a María recuerda cuando ella era pequeña y, también esperaba a sus
amigas las golondrinas.
En la casa,
donde: Pilar nació y creció siempre había visto un nido en la viga “gorda” ella
y sus amigas llamaban así a la traviesa que sujetaba el techo de la galería. Nunca
que ella recordará se lo habían tirado, lo respetaban, algún año las mismas
aves lo renovaban: no tenían problemas, no faltaba el agua y podían hacer barro.
Siempre eran las
mismas: se agolpan en su memoria las vivencias de una edad infantil, y muy
feliz: estaba viendo cuando su padre las anillo para saber si volvían, sí eran
las mismas un día dejaron de venir, se dio cuenta porque las anillas eran otras
que su padre les puso en su pequeña patita: ¡estás eran amarillas, eran los
hijos! Las golondrinas como los humanos son fieles y viven hasta la muerte
juntos.
La niña hace
que vuelva a su lado, aun estando se había trasladado a unos cuantos años
antes. Se limpio dos furtivas lágrimas que se habían escapado de sus bellos
ojos azules. Mamá, mamá, ¿aún no han llegado las nuestras?, pregunta María. Su
madre muy atentamente le dice: seguramente mañana llegaran, ya sabes que
primero viene el padre para hacer reconocimiento del nido o lo que es su casa,
¿comprendes?
Lo he entendido
mamá, sí, seguro mañana las escucharemos y nos saludaran, ¿te acuerdas?, parece
que nos estén hablando, no se asustan de vernos, mamá seguro que nos conocen: a
ti, a los abuelos os han visto siempre, saben que las queréis mucho ¿verdad?
María se puso a
jugar, era fiesta y no tenía que ir al colegio, le gustaba: pintar, dibujar,
llenaba y llenaba papeles con dibujos. Otros ratos sentada al lado de su mamá
en el porche, peinaba a sus muñecas, les cambiaba el peinado un montón de
veces.
Sus compañeros
de juegos eran: su perrito, un pequeño Bichón Frisé, tan simpático como ella, una gata común de
cinco colores muy perezosa se pasaba el día durmiendo. Alguna vez Guffi, (así
se llamaba el perro,) iba y acariciaba a la gata que tenía por nombre Peggi, esta
le daba un bufido que lo hacía ir para atrás.
Siempre juntos, parecía que
no había nadie, ella, María les explicaba cuentos, tal como sus padres hacían
con ella, le gustaba.
Al día siguiente se levantó y
lo primero que hizo fue ir a ver si ya habían llegado sus amiguitas, le pareció
que hablaban o quizá ¿la llamaban?
¡Mamá, mamá, ya han venido,
ven! Gritaba dando saltos llamando a su madre, por fin estaban en casa,
arreglarían su nido, pondrían los huevos para que nacieran los polluelos, más
tarde sacarían todos sus enormes picos por encima del nidal pidiendo a gritos
comida, rápidamente los padres acuden en su ayuda.
Higorca
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