La mujer había salido a pasear por la ciudad donde había pasado toda su
niñez y juventud. Estaba contenta de haber vuelto después de tantos años,
aunque fuese para unos días.
Sin darse cuenta había llegado hasta el parque, entró y se sentó en uno de
los bancos hechos de piedra frente al lago ¡sigue todo igual! Ahora ya mayor mientras
descansaba recordaba y repasaba algunos pasajes de su vida.
Cuando se es joven nos parece que el tiempo pasa muy lento, en cambio
conforme van pasando los años nos parece que vuela, suspiro. ¡Así es, tenemos
que conformarnos con todo!
El sitio ahora tranquilo daba lugar a reflexionar, a darse cuenta la
cantidad de vivencias, de cosas que hemos hecho durante nuestro largo periplo.
La mujer mira a su alrededor y se da cuenta que no hay nadie y dice en voz alta
mirando para arriba ¡de ninguna me arrepiento!
Dentro de cada ser humano hay de todo, solo queda resignarse, conformarse.
Mira el agua del estanque y se levanta se acerca a la baranda que sirve de
protección y mira con fijeza, recuerda que antes estaba poblado de peces de
colores, los niños llevaban miguitas de pan y se las echaban; - que solitario
esta esto ahora, murmura; antes siempre estaba lleno de niños con sus madres, venían
a merendar y jugar, era una buena forma de entrar en sociedad los pequeños de
la casa.
Da un paseo por don tantas veces había corrido y jugado, vio otro banco, ¡todavía
eran de madera! Se sentó de nuevo, está todo igual, repitió de nuevo.
Saco una libretita y se puso a escribir:
Recordó cuando ella era pequeña - ¿Cuántos años teníamos? Desde luego no
había hecho todavía la comunión.
La hija de nuestra vecina estaba casada con un panadero, ella se llamaba
Consuelo, el matrimonio a su vez, tenía una hija, María Teresa, teníamos la
misma edad siempre nos traían aquí a jugar, a merendar.
Recuerdo que cuando teníamos unos seis años mi amiga se puso enferma.
Leucemia, (yo supe de la gravedad cuando fui mayor) no había solución, tampoco
sabían el tiempo que iba a durar, era impredecible, al principio la sentaban en
el patio de su casa, conforme pasaron los días ya estaba siempre en la cama, se
sentaba un poco, a veces jugaba sobre ella, nadie quería ir acompañarla en sus
largos días de sufrimiento, pensaban que se iban a contagiar, (era otra época).
Aquel verano mientras duro su enfermedad me llevaban para jugar o que se
distrajera, unas veces me iba con su abuela, otras era mi padre quien me
acercaba. Nos lo pasábamos muy bien, yo tenía una muñeca de trapo que de vez en
cuando éramos peluqueras y disfrutábamos dejando pelona a la pobre Neus como yo
la llamaba, luego en casa mi madre le ponía otra vez peluca de lana y nueva,
hasta otro día que volviéramos al mismo juego.
Las suyas daban pena cortárselo, solamente las peinábamos. Recuerdo a su
madre, hoy me doy cuenta de su cara y sonrisa de tristeza, nos preparaba la
merienda y de esa forma entre juego y juego mi amiguita comía un poco más, yo
era feliz cuando la oía reír, otras veces no se encontraba muy bien y lloraba
mucho, entonces me ponía a su lado en la cama abrazándonos.
Faltaba poco para empezar el cole, aquel día sabíamos que su madre nos iba
a hacer flan, para ella era muy bueno, a mí no me gustaba mucho, más bien nada
y sigue sin gustarme, pero cuando lo ponían yo me lo comía con tal de ver como
lo hacia ella, así me lo indicaban mis padres y así lo hacía yo.
Preparé mi muñeca que ya le quedaba poco pelo otra vez y puse en mi bolso
el peine y colonia, mi pañuelo para limpiarme y esperé a que me cambiaran de
vestido.
Ya tenía todo a punto, mi padre tomo asiento al mismo tiempo que me sentó
sobre sus piernas para decirme:
¡Hoy no puedes ir! me dijo, sin darme cuenta ya que era muy pequeña, hoy si
estoy viendo la cara de ellos y veo que sus lágrimas querían brotar.
¡Hoy María Teresa ya no está con nosotros, ha venido un ángel y han volado
los dos al cielo! No comprendí muy bien aquellas expresiones, me senté en una
silla pequeñita que tenía cerca y abracé a mi muñeca en espera de que me
explicaran mejor que significaban aquellas palabras.
Al cabo de un rato me contaron que ya nunca la volvería a ver, claro yo a
ella, al mismo tiempo me decían ¡ella si te vera a ti, siempre te cuidara!
¿Cómo me iba a cuidar si no la podía ver, ni jugar con ella?
Al cabo de un tiempo me llevaron a ver a sus padres, estaban consternados,
nunca pude olvidar sus caras, sus palabras tan hermosas que me dedicaron, yo no
había hecho nada, simplemente querer mucho a mi amiga. Todavía guardo entre mis
cosas una pulserita de plata que me regalaron, era igual a la que llevaba ella
el día que voló al cielo.
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