Óleo del maestro José Higueras Mora
Caminaba casi descalza, las zapatillas se
habían roto de tanto andar por aquel escabroso camino de piedras y lodo.
Llevaba horas sin descansar, no quería, no
podía parar, debía seguir adelante aún sin poder más; estaba agotada.
Se hubiera sentado tranquilamente en una
de aquellas piedras en las que ella acostumbraba a descansar cuando salía por
aquel inmenso bosque que tan bien conocía; vivía muy cerca en un caserón que
había ido pasando de una generación a otra y que cada una de ellas habían ido
adaptando a su propia comodidad.
Desde muy pequeña siempre en compañía de
sus hermanos y muchas veces con sus primos que acostumbraban a ir cuando tenían
vacaciones del colegio, recorrían aquella vorágine de caminos, de ramas
entrelazadas donde se escondían un montón de “animalillos” que ella conocía y…
según parecía también ellos ya que no se asustaban al acercarse.
Con el paso del tiempo fue creciendo sin
perder la costumbre de pasear por aquel encantador lugar; era como bien decía
su paraíso personal, su jardín con un sinfín de plantas, de flores que en
primavera bullían por salir de sus “caparazones”; al igual que la hermosa
alfombra que formaban las tímidas violetas ¡daba pena pisarla! Le gustaba
recoger unas pocas formando un ramillete que le entregaba a su madre con la
mayor ilusión.
Aquel domingo se había quedado sola en la casa
solariega, siguió su ritual saliendo a la hora en que el sol acariciaba con sus
tibios rayos; era la mejor para salir a su paseo cotidiano. Le fascinaba ver
como los pajarillos empezaban a tejer sus nidos en matorrales y árboles.
Al mismo tiempo los arbustos estaban
empezando a brotar ¡Cómo le gustaba mirar aquellos madroños! Eran especiales
podía tener fruto y flores, le gustaba coger alguno y comérselo; los rosales
silvestres que se encontraban en un rincón protegidos florecían ¡Qué bien
olían! Y más al mezclarse con el romero y el tomillo.
Era todo un placer pasear por aquellas tan
rusticas avenidas ¿quién iba a pensar que aquel domingo iba a ser distinto, iba
a ser un día de dolor inesperado.
Conocía muy bien cada recodo de aquellos
tortuosos caminos ¿Cómo no? ¡Si desde pequeña caminaba por ellos!
Nunca llego a pensar que en uno se iba a
encontrar con algo inesperado, doloroso y triste.
Vio que en un rincón algo se movía, ¡será
algún animalillo o un pájaro que se ha quedado enganchado en las ramas! se
acercó para ver lo que pasaba, cuando estaba suficientemente cerca un hombre
salió de aquella maraña y se abalanzo sobre ella.
Fue algo inesperado, empezó a gritar, pero
era inútil nadie podía oírla estaba sola en todo aquel confín; lo único que
podía hacer era defenderse con uñas y dientes, intentar soltarse y correr sin
parar, no podía dirigirse a la casa, sería mucho peor.
Le araño la cara, le dio patadas se soltó
como pudo y empezó a correr, le notaba muy cerca, estaba delgada y corría, no
podía parar, no debía hacerlo, no sabía que camino cogía, simplemente en su
ceguera quería apartarse del lugar, debía encontrar ayuda, alguien que pudiera
salvarla de aquel hombre que parecía una alimaña.
En su loca carrera no se dio cuenta que
cada vez se alejaba más de la casona, se estaba perdiendo, ya no le quedaba ni
esperanza, volvía la cabeza de vez en cuando y le parecía oler aquel aliento
que la había asustado y seguía su marcha, no tenía fuerzas ni para gritar.
De pronto se encontró frente a un río, se
paró mirando a su alrededor, con la respiración jadeante y los ojos
considerablemente abiertos ¿de quién tenía miedo? No le dio tiempo ni a ver bien su cara. Pero
si pudo notar un pestilente olor que salía de la boca de aquel hombre, no podía
parar, debía cruzar eso sería su salvación.
No lo pensó y se dispuso a atravesar aquel
camino de agua turbulenta; le pareció que no era muy hondo y siguió adelante.
Cuando iba por el centro noto que sus pies
perdían el equilibrio, se asustó cayendo al agua y dejando su cuerpo
aletargado, sin fuerzas el agua la arrastraba río abajo.
¿Hasta dónde llegaría? No recordaba haber
rastreado nunca aquel camino y menos el río, ahora no podía pararse a pensar
tenía que salvarse ¿qué hora sería, se darían cuenta sus padres que no había
llegado todavía? ¿Cómo la encontrarían?
Algo la paro, estaba exhausta, se aferró
con fuerza aún sin saber que era. Casi se puso de pie, fijándose más pudo darse
cuenta que era una pequeña barca; estaba varada, se había dado la vuelta, no
atinaba a pensar, a ver, eso sí estaba agarrada fuertemente a ella.
Le fallaban las fuerzas, no sabía dónde
estaba, intento subir a ella, si pudiera darle la vuelta.
Abrió un poco los ojos, temblaba y estaba
bañada en sudor, su madre estaba a su lado; fue entonces cuando se dio cuenta
que estaba la luz encendida, de un salto se sentó en la cama buscando
afanosamente las zapatillas que recordaba llevaba puestas, su madre la
contemplaba perpleja, pero sin decir nada esperando a que despertase bien; por
fin lo hizo y abrazándose con fuerza rompió a llorar.
Todo había sido una tremenda pesadilla.
Había gritado y su madre se levantó asustada para saber que estaba pasando; así
terminaba una larga noche perdida en un extraño bosque que ella conocía muy
bien.
Dicen que los sueños están en nuestros
subconscientes y las más de las veces nos desbordan llevándonos a un fuerte
caos. Eso mismo le paso a nuestra protagonista, era la maraña de un lugar
conocido, pero del que nunca nos podemos llegar a confiar.
Higorca
Simplemente no podía ser de otra manera... Su obra y tus palabras van de la mano Higor.. Gracias por poder volver a verlos...
ResponderEliminarGracias corazón, debo entrar más y volver a poner cosas, a veces no se por donde empezar.
EliminarBesos y cuídate mucho.